El cáncer de mama sigue siendo el tumor maligno más frecuente en mujeres en todo el mundo y una de las principales causas de muerte por cáncer. Cada año se registran millones de nuevos casos, y detrás de cada diagnóstico hay una historia personal, un reto familiar y un desafío médico. La buena noticia es que, gracias a los avances en la patología, hoy podemos conocer mucho mejor la biología de estos tumores y ofrecer tratamientos más personalizados. Aquí es donde entra en escena la inmunohistoquímica (IHQ), una herramienta que ha cambiado la forma en que entendemos y tratamos el cáncer de mama.
¿Qué es la inmunohistoquímica?
La inmunohistoquímica es una técnica que permite detectar proteínas específicas dentro de las células tumorales. Con ella, los patólogos podemos responder preguntas cruciales: ¿este tumor depende de hormonas para crecer?, ¿expresa alguna proteína que lo hace más agresivo?, ¿existe una diana contra la cual podamos dirigir un medicamento?
En cáncer de mama, los cuatro marcadores fundamentales son:
- Receptor de estrógeno (ER)
- Receptor de progesterona (PR)
- HER2/neu
- Ki-67
Cada uno de ellos aporta información clave: los receptores hormonales permiten usar terapia endocrina, HER2 define si la paciente puede beneficiarse de terapias dirigidas como trastuzumab, y Ki-67 indica qué tan rápido se multiplican las células tumorales.
A estos pilares clásicos se ha sumado recientemente el estudio de PD-L1, especialmente en el subtipo triple negativo. La expresión de este marcador, evaluada con anticuerpos específicos y métodos estandarizados, permite identificar a las pacientes que podrían beneficiarse de inmunoterapia con inhibidores de puntos de control, como pembrolizumab o atezolizumab. Se trata de un cambio de paradigma: tumores tradicionalmente de mal pronóstico ahora cuentan con opciones terapéuticas innovadoras.
La clasificación molecular según la OMS
La Organización Mundial de la Salud (OMS), en su más reciente clasificación de tumores de mama, reconoce que ya no basta con describir el tumor al microscopio. Ahora se integran los perfiles biológicos que se infieren a través de la inmunohistoquímica.
De esta forma, el cáncer de mama puede dividirse en distintos subtipos moleculares:
- Luminal A-like: receptores hormonales positivos, proliferación baja. Son tumores de mejor pronóstico.
- Luminal B-like: también con receptores positivos, pero con proliferación más alta o con HER2 positivo. Su riesgo de recaída es mayor y suelen requerir quimioterapia además de hormonoterapia.
- HER2-enriquecido: tumores negativos para hormonas pero positivos para HER2, que responden de forma notable a las terapias anti-HER2.
- Triple negativo: negativo para todos los marcadores clásicos. Se asocian a mayor agresividad y pocas opciones terapéuticas, aunque la incorporación de PD-L1 ha abierto la puerta a la inmunoterapia en este grupo.
Este enfoque permite estratificar mejor el pronóstico y diseñar terapias más precisas.
Más allá del TNM
Durante décadas, la etapificación del cáncer de mama se basó únicamente en el sistema TNM: tamaño del tumor (T), ganglios afectados (N) y metástasis (M). Aunque este sigue siendo fundamental, hoy sabemos que dos tumores de la misma etapa clínica pueden tener comportamientos muy distintos si pertenecen a subtipos moleculares diferentes. Por ello, la integración del perfil inmunohistoquímico —incluyendo ahora PD-L1 en escenarios específicos— es indispensable para una verdadera medicina personalizada.
Una herramienta que salva vidas
Hablar de inmunohistoquímica puede sonar técnico, pero en realidad es sinónimo de tratamientos más efectivos y pacientes con más esperanza. Gracias a estos marcadores, miles de mujeres en el mundo reciben medicamentos diseñados específicamente para su tipo de tumor, lo que ha mejorado la supervivencia y la calidad de vida.
Reflexión final
El cáncer de mama ya no se entiende como una sola enfermedad, sino como un conjunto de entidades diferentes bajo un mismo nombre. Y la inmunohistoquímica es la llave que permite diferenciarlas. Este es un ejemplo claro de cómo la ciencia aplicada transforma la vida de las personas. La patología ya no se limita a observar, sino que guía la ruta terapéutica. En el diagnóstico moderno, el microscopio se combina con la biología molecular, y el resultado es un mensaje poderoso: la precisión salva vidas.

